1. Infancia rebelde (354-379)
2. Corazón Inquieto (371-383)
3. Etapa Italiana (383-386)
4. La conversión (386)
5. Primera comunidad y bautismo (387-390)
6. Sacerdote y Obispo de Hipona (391-430)
7. Últimos años.
1. INFANCIA REBELDE (354-370)
Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Tagaste, hoy Souk Ahras (Argelia), era por aquel tiempo una ciudad pequeña y libre, exportadora de cereales y aceite a todo el Imperio Romano, y que se había convertido recientemente al donatismo. Su familia no era rica aunque sí eminentemente respetable, y su padre, Patricio, uno de los funcionarios civiles (Decurión) de la ciudad, era un buen trabajador, pero terriblemente malgeniado, mujeriego, jugador y sin religión ni gusto por lo espiritual; sin embargo, las admirables virtudes cristianas de Mónica, madre de Agustín, consiguieron que su esposo recibiera el bautismo y una muerte santa. Además, Agustín tuvo dos hermanos: Navigio y Perpetua.
Mónica introdujo a su hijo en la educación cristiana y le enseñó a orar. “Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador; lo guardé en lo más recóndito de mi corazón» (Confesiones, I, IV).
De los 12 a los 15 años, cursa en Madaura los estudios de secundaria, sobresaliendo entre todos los estudiantes. Siente gran afición a la poesía. Aprende pasajes enteros de los principales autores: Séneca, Horacio, Cicerón y Virgilio.
Patricio, orgulloso de su hijo, decide mandarlo a Cartago, capital política y universitaria del norte de África, a estudiar la carrera de forense, pero no disponen del dinero suficiente. Por ello, a los dieciséis años, Agustín debe quedarse en su pueblo, Tagaste, disfrutando con sus amigos del ocio y los placeres más mundanos y ardientes, apuestas e incluso vandalismo.
Un año después, en el 370, marchará a Cartago gracias la generosidad de Romaniano, rico mecenas de Tagaste. Nada más llegar, se deja seducir por la gran ciudad: adorando a los dioses romanos, disfrutando del libertinaje, los teatros, la embriaguez de su éxito literario y el orgulloso deseo de ser el primero en todo, incluso en el mal. Al año siguiente muere su padre, convertido al cristianismo por Mónica.
2. CORAZÓN INQUIETO (371-383)
Al poco tiempo se vio obligado a confesar a su madre Mónica que se había metido en una relación pecaminosa con una mujer que dará a luz a su único hijo, al que llamaría Adeodato (o Diosme) que significa “regalo de Dios”.
Desde los diecinueve años tuvo un sincero deseo de romper con sus costumbres. De hecho, en 373, después de leer el «Hortensio» de Cicerón, de donde absorbió el amor a la sabiduría, se manifestó en su vida una inclinación totalmente nueva para él. Despertó el gusto y la afición por la búsqueda de la sabiduría y de la verdad. Comenzó a leer la Biblia pero no la comprende y le horroriza su estilo tan pobre, por lo que tantea por otra parte el camino hacia la verdad.
Desgraciadamente, tanto su fe como su moralidad iban a atravesar otra crisis terrible. Agustín y su amigo Honorato caen en las redes de los maniqueos, una secta de la época procedente de Oriente, formada por un grupo de “misioneros” seguidores del profeta Manes, cuya misión era propagar una doctrina que aunaba creencias propias de los primeros evangelistas cristianos con las enseñanzas de Buda en Asis. Eran personas de alto grado de formación, con grandes dotes para hablar a grandes públicos y con un halo de secreto y misterio por su procedencia. El mismo Agustín dice que se sintió seducido por las promesas de una filosofía libre sin ataduras de fe y que poseían las respuestas a todo fenómeno de la naturaleza.
Una vez conquistado por esta secta, Agustín se dedicó a ella con toda la fuerza de su ser; leyó todos sus libros, aceptó y defendió todas sus opiniones. Su frenético entusiasmo llevó a convertir a su amigo y discípulo Alipio, y a Romaniano, el amigo de su padre que fue su mecenas en Tagaste. Pero Mónica deploraba profundamente la herejía de Agustín.
Dejó los estudios que, de haber continuado, lo habrían ingresado en el forum litigiosum, pero prefirió la carrera de letras, y regresó a Tagaste a enseñar gramática. Es aquí donde Agustín se verá sumido en una terrible tristeza. Uno de sus íntimos amigos había muerto en plena juventud y no entendía cómo, después de la muerte, la vida podía continuar. Todo cuanto veía eramuerte. Mi ciudad natal se convirtió en un suplicio, la casa de mis padresera un tormento insufrible. Todo lo que con él había compartido seconvirtió en una tortura espantosa. Mis ojos lo buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias se frustraban. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío sin él.Todo cuanto veía eramuerte. Mi ciudad natal se convirtió en un suplicio, la casa de mis padresera un tormento insufrible. Todo lo que con él había compartido seconvirtió en una tortura espantosa. Mis ojos lo buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias se frustraban. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío sin él. Todo cuanto veía eramuerte. Mi ciudad natal se convirtió en un suplicio, la casa de mis padresera un tormento insufrible. Todo lo que con él había compartido seconvirtió en una tortura espantosa. Mis ojos lo buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias se frustraban. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío sin él. Todo cuanto veía eramuerte. Mi ciudad natal se convirtió en un suplicio, la casa de mis padresera un tormento insufrible. Todo lo que con él había compartido seconvirtió en una tortura espantosa. Mis ojos lo buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias se frustraban. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío sin él.
“Todo cuanto veía era muerte. Todo lo que con él había compartido se convirtió en una tortura espantosa. Mis ojos lo buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias se frustraban. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío sin él. Todo me resultaba repulsivo, hasta la misma luz. Todo lo que no era él me resultaba pesado, abrumador. Todo menos los lamentos y las lágrimas.” Confesiones.
Poco después Agustín fue a Cartago, donde abre su propia escuela de retórica. En este escenario más amplio, su talento resplandeció aún más y alcanzó plena madurez en la búsqueda infatigable de las artes filosóficas y literarias. Poco a poco empezará a perder interés por el maniqueísmo ya que «destruían todo y no construían nada». Cuenta Agustín que cuando les hizo preguntas sobre los movimientos de las estrellas, ninguno de ellos supo contestarle. «Espera a Fausto», decían, «él te lo explicará todo». Por fin, Fausto de Mileve, el celebrado obispo maniqueo, llegó a Cartago; Agustín fue a visitarlo y le interrogó; en sus respuestas descubrió al retórico vulgar, un completo ignorante de toda sabiduría científica. Se había roto el hechizo, Agustín abandonó la secta después de nueve años de creencia.
3. ETAPA ITALIANA (383-386)
En el año 383, a la edad de veintinueve años, Agustín marcha a la ciudad de sus deseos: Roma. Su madre decide no separarse de él, pero Agustín se embarca escabulléndose por la noche. En Roma abre una escuela de retórica, pero sus alumnos le engañan descaradamente con los honorarios de las clases. Valentiniano II estaba siendo educado por su madre, Justina, para llegar a ser emperador cuando alcanzara la mayoría de edad. Agustín consigue la plaza de profesor de retórica del futuro emperador por lo que se traslada a Milán. Allí conoce al obispo Ambrosio, del que se siente cautivado por ser un gran comunicador. La interpretación que el obispo proponía supuso para Agustín una nueva forma de entender los textos sagrados. Ambrosio hablaba de caridad, de diálogo y no violencia, de justicia y tolerancia y de profundización en la fe a través del conocimiento. Palabras sabias que hicieron mella en Agustín y que hará ser un fiel seguidor de los sermones del obispo.
Sin embargo, antes de convertirse, Agustín sufrió una lucha de tres años en los que su mente atravesó por la lectura de varias corrientes: la filosofía neoplatónica le inspiró para definir el mal como ausencia del bien y la idea de la existencia de un Dios bueno y espiritual; la lectura de las cartas de San Pablo le transmitió una forma diferente de ver todo lo aprendido en su niñez; y la vida de San Antonio y sus seguidores, la persecución que sufrieron y la vida monástica que llevaban impresionó de gran manera a Agustín y a sus amigos. Aún así todavía era esclavo de sus pasiones. “Me daba pereza comenzar a caminar por la estrecha senda. Todavía seguía repitiendo como hacía años: mañana, mañana me aparecerá clara la verdad”
Mónica, que se había reunido con su hijo en Milán, insistió para que se casara y, si bien Agustín se desligó de la madre de Adeodato, enseguida otra ocupó el puesto. Así fue como atravesó un último período de lucha y angustia.
4. LA CONVERSIÓN (386)
Cuenta Agustín que estando un día paseando por un jardín, derramando lágrimas por su crisis interior, escuchó cantar a unos niños estas palabras: “Tolle Lege” (toma y lee). Abrió su Biblia al azar y su mirada cae en las cartas de San Pablo a los Romanos 13, 13: “Basta de comilonas y borracheras, de orgías y desenfrenos, de riñas y contiendas. Revestíos del Señor Jesucristo.”
«No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas» (Conf. 8, 12, 29).
“Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo te buscaba por fuera. Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de ti. Esas cosas…me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin venciste mi sordera. Brillaste ante mi y me liberaste de mi ceguera…Aspiré tu perfume y te deseé. Te gusté, te comí, te bebí. Me tocaste y me abrasé en tu paz».
5. PRIMERA COMUNIDAD Y BAUTISMO (387-390)
Cuando contaba con 33 años, Agustín renunció a su cátedra, se marchó con Mónica, su hijo Adeodato, y sus amigos a una finca en Casiciaco, a 30km de Milán, para allí dedicarse a la búsqueda de la verdadera filosofía que para él ya era inseparable del Cristianismo.
Gradualmente, Agustín se fue familiarizando con la doctrina cristiana, y la fusión de la filosofía platónica con los dogmas revelados se iba formando en su mente. En su retiro en Casiciaco completó la enseñanza de sus jóvenes amigos con lecturas literarias o conferencias filosóficas. Los tópicos favoritos de las conferencias eran la verdad, la certeza (Contra los académicos), la verdadera felicidad en la filosofía (De la vida feliz), el orden de la Providencia en el mundo y el problema del mal (De Ordine) y, por último, Dios y el alma (Soliloquios). En esta época escribirá su famoso libro: Diálogos de Casiciaco.
En la Pascua del año 387 Agustín fue a Milán para recibir de Ambrosio el bautismo cristiano. Se bautizó junto a él su amigo Alipio y su hijo Adeodato, que por entonces tenía 15 años y que moriría poco tiempo después. Fue entonces cuando Agustín, Alipio, y Evodio decidieron retirarse en aislamiento a África.
En el otoño de 387 estaba a punto de embarcarse en el Puerto de Ostia cuando Mónica murió. No hay páginas en toda la literatura que alberguen un sentimiento tal que la historia de su santa muerte y del dolor de Agustín (Confesiones, IX). Agustín no pudo marchar ya que la navegación estaba bloqueada puesto que Magno Máximo, un general de la Galia que quería usurpar el trono, había invadido la península itálica. Por ello Agustín permanece en Roma varios meses, principalmente ocupándose de acabar con el maniqueísmo, la secta que había seguido.
En agosto de 388 regresó a Tagaste, su tierra natal. Al llegar allí, puso en práctica su idea de una vida perfecta comenzando por vender todos sus bienes y regalar a los pobres el producto de estas ventas. A continuación, él y sus amigos se retiraron a sus tierras, para llevar una vida en común de pobreza, oración, y estudio de las cartas sagradas.
6. SACERDOTE Y OBISPO DE HIPONA (391-430)
Agustín no pensó en entrar en el sacerdocio. Un día en Hipona (a 100km de Cartago), estaba rezando en una iglesia cuando de repente la gente se agrupó a su alrededor aclamándole y rogando al obispo, Valerio, que lo elevara al sacerdocio. A pesar de sus lágrimas, Agustín se vio obligado a ceder a las súplicas y fue ordenado en 391. A cambio, Valerio le cedió un terreno cercano a la catedral de Hipona, donde fundó su comunidad, conocido como el Monasterio del Jardín. Sus cinco años de ministerio sacerdotal fueron enormemente fructíferos: plasmó sus pensamientos e inquietudes en escritos, combatió la herejía, especialmente el maniqueísmo, y tuvo un éxito prodigioso.
Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez, nombró a Agustín como obispo auxiliar. A su muerte fue nombrado Obispo cuando contaba con 42 años y ocuparía la sede de Hipona durante treinta y cuatro. El nuevo obispo supo combinar bien el ejercicio de sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa y, aunque abandonó su convento, transformó su residencia episcopal en monasterio, donde vivió una vida en comunidad con sus clérigos, que se comprometieron a observar la pobreza religiosa. Fuera como fuere, la casa episcopal de Hipona se transformó en una verdadera cuna de inspiración que formó a los fundadores de los monasterios y a los obispos que ocuparon las sedes vecinas. Su hermana, Perpetua, fundó la rama femenina.
Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los cálices sagrados para rescatar a los cautivos. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras de gran importancia como “Confesiones” (año 400) y “La Ciudad de Dios”. Agustín creó una cultura cristiana que, desde Hipona, iluminó no sólo el resto del imperio, sino también la doctrina cristiana de los siglos venideros.
7. ÚLTIMOS AÑOS.
Año 410. Los ejércitos godos, con Alarico al frente, entraron en Roma y saquearon la ciudad. El norte de África atravesó momentos difíciles por la invasión de los vándalos que destruyeron todo a su paso. Las provincias africanas habían sido abandonadas a su suerte, una suerte que pasaba por la violencia, las torturas y los saqueos. Hipona, fue la ciudad donde muchos obispos habían huido en busca de protección al estar fortificada, pero padecieron los horrores de dieciocho meses de asedio.
A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.
Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el 28 de agosto del año 430.